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Dos reflexiones sobre la violencia hechas por mujeres
Enviado por Yolanda Rouiller (Mujeres de Negro de Cantabria)
Yolanda jb / Viernes 19 de enero de 2007
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Creo interesante leer la entrevista a Adriana Faranda; nos puede ayudar a seguir la reflexión sobre violencia, víctimas, justicia transicional, etc.

También me llama la atención la entrevista a una ’combatiente’ kurda que presenta la lucha como una liberación para las mujeres; Es un ejemplo de cómo se puede llegar a considerar la violencia, el martirio, el tomar las armas como una liberación para las mujeres.

Si leer a Reha Baran estremece, reconforta leer a Adriana Faranda.

Yolanda Rouiller

ADRIANA FARANDA, EX DIRIGENTE DE LAS BRIGADAS ROJAS

«Necesitas el apoyo de la otra parte para ir contra tu entorno y renegar de la violencia»

La secuestradora de Aldo Moro, fue de las primeras en desmarcarse del terrorismo y tras 16 años de cárcel culmina con un libro un largo camino de autocrítica

«La Iglesia fue fundamental para mediar con el exterior» Las Brigadas y los ’años de plomo’, dos décadas que sobrecogieron a Italia

Adriana Faranda, de 56 años, es uno de los rostros más conocidos de las extintas Brigadas Rojas (BR). Miembro de su Dirección Estratégica, participó en cinco atentados desde 1976 y formó parte del comando que secuestró y mató a Aldo Moro en 1978. Al año siguente fue detenida, aunque para entonces ya había abandonado la banda. Desde entonces sobre ella y su compañero de armas, Valerio Morucci, pesa una condena a muerte de la banda por su oposición a la ejecución del primer ministro italiano. En prisión promovió la disociación, el rechazo de la violencia sin colaborar con la Justicia.

Su proceso de autocrítica ha sido muy especial: encontró a las familias de las víctimas e incluso vendió su único patrimonio, un piso en Roma, para donar el dinero. Tras 16 años de cárcel, quedó libre en 1995. Actualmente es fotógrafa y acaba de publicar un libro, la novela ’El vuelo de la mariposa’, en el que evoca sus años de prisión y ajusta cuentas con el pasado. Faranda reconoce que ese pasado en el País Vasco es aún presente y, desde su perspectiva, ha aceptado conversar sobre cómo se ve el terrorismo y su final cuando es algo que ocurrió hace 20 años, una envidiable y lejana posición, pero también muy útil en el actual momento que vive España.

- Adriana, usted tenía una hija de cinco años cuando entró en las BR.

- Fue la decisión más difícil de mi vida. Tenía un gran impulso emotivo por intentar regalarle un mundo diverso. Elegí la lucha armada y no me lo he perdonado nunca, obviamente. Creo que nada tiene el derecho de separar a una madre de sus hijos. Una de mis pesadillas era morir en un tiroteo y que a ella sólo le quedara la imagen de la combatiente dura, que yo no sentía ser. Vivía obsesionada con la idea de que no iba a poder explicarle todo.

- ¿Y luego cómo se lo justificó?

- Es difícil. También su padre había tomado un camino análogo y huyó a Francia, y ella no conseguía entender nuestra ausencia. Luego he intentado explicarle, pero los traumas que ha sufrido no desaparecen, y yo siento que le he marcado la vida.

- A veces un joven llega a seguir los pasos de un familiar.

- Mi familia era humana y políticamente absolutamente contraria a mi decisión, y la educaron no según lo que yo pensaba, sino según lo que ellos creían justo, en una cultura democrática, de respeto a los demás y de no violencia. No ha tenido un ámbito familiar que me justificara. Me amaba, pero no me legitimaba.

- En el País Vasco hay casos así, aunque otras muchas familias comparten la decisión de un pariente. Usted ha escrito: «¿Por qué nadie me dijo simplemente: ’Venga, volved a casa’?» ¿Cuánto influye el entorno para elegir la violencia y cuánto pesa para abandonarla?

- Éste es un punto fundamental. Es el mal de las ideologías integristas, como lo fue la nuestra: buscábamos nuestros iguales, todos aquellos que pudieran apoyar nuestro modo de pensar, que hablaban nuestro lenguaje. Al principio nos movimos en un humus social si no abiertamente favorable sí posibilista a la lucha armada. Tras el caso Moro se abrió una brecha con la sociedad, y luego se convirtió en una guerra privada entre las BR y el Estado. No todos se dieron cuenta.

- ¿Pero por qué nadie le dijo: ’Venga, vuelve a casa’?

- Para mí era difícil encontrar a alguien que me dijera eso... porque elegía ver y hablar con aquellos que jamás me lo habrían dicho. El camino hacia la lucha armada excluía el diálogo con quien pensaba de otra manera.

- Parece que habla de una secta.

- No me gusta esa palabra, pero hay elementos en común: un fuerte sentido místico de dedicación a la causa, un cierto dogmatismo, un sentimiento de hermandad con el grupo y el aislamiento del resto del mundo. Como las sectas, tienen una lengua propia y sienten como enemigo todo lo distinto, un rasgo integrista que es la muerte de un sentido de humanidad.

El escolta y la primavera

- Usted ha contado su crisis cuando vigilaba a los escoltas de Moro, preparando el secuestro, por un simple gesto: uno de ellos señaló al otro el paso de una bandada de golondrinas y se conmovió. ¿Allí descubrió la humanidad del otro?

- Me turbó muchísimo. Más que ver una sensibilidad hacia la vida o algo así, era por... el anuncio de la primavera. Lo que yo leí de terrible es que estas personas estaban esperando el futuro y pensé: ’Estos hombres quizá van a morir’. En el secuestro de Moro uno de ellos sobrevivió y, esto no lo he dicho nunca públicamente, pero me vi en casa rezando para que se salvara. Aquel gesto de las golondrinas significó ser puesta ante la responsabilidad de poder decidir dar la muerte. Creo que es lo más terrible que pueda haber para un ser humano. Ésa fue mi primera duda, que se consolidó con el secuestro. En la lucha armada existe siempre la ambigüedad sobre el valor de la vida. La excusa es que estás obligado a matar porque si no el otro te mata a ti. Pero con Moro fue distinto: como prisionero pierde su identidad de símbolo y adquiere una dimensión humana.

- En su caso rechazar la lucha armada significó una condena a muerte de las BR. ¿Cuánto cuesta ir contra los compañeros, la autocrítica?

- Fue muy duro. Fue un acto rompedor porque nadie antes había desobedecido a la cúpula. La organización no se lo podía permitir y, como buenos estalinistas, se impuso la razón política sobre la vida. En prisión tuve una vida bastante dura, porque en los 80 hubo una matanza en las cárceles de ex brigadistas ’arrepentidos’. Solían participar otros brigadistas que tenían que hacerse perdonar cosas por las BR y así podían salvarse ellos de represalias. Fue terrible.

- Después comenzó un lento proceso colectivo llamado ’disociación’.

- Fue muy largo. Si yo llegaba a algunas conclusiones no podía expresarlas públicamente porque debía esperar a los demás, para hacer un proceso colectivo y dar una señal definitiva contra el terrorismo. Era fatigoso sacar adelante el debate, porque en la cárcel sólo tienes las cartas. Escribimos documentos que debían ser graduales, en pequeños pasos. La mayor dificultad fue la comunicación entre presos. Además nos acusaban de rendirnos y ordenaron el mismo castigo que a los ’arrepentidos’: la eliminación.

- Entonces surgió la idea de las ’áreas homogéneas’.

- Sí, pedimos que se instituyeran secciones de la prisión en las que pudieran confluir personas ’homogéneas’, que empezaban a distanciarse de la lucha armada, para protegerles y que pudieran desarrollar una reflexión común.

- Más tarde llegó una fase de reconciliación. ¿Cómo nace la necesidad del contacto humano, del perdón?

- Nosotros no hicimos nunca una petición de perdón, es usar una violencia más contra quien ha sufrido ya la violencia del terrorismo, colocar al otro ante una decisión dramática, un problema de conciencia. Muchos de los parientes de las víctimas han dado luego su perdón, pero no es algo que se pueda pedir. Nosotros escribimos a casi todos expresando nuestro dolor por la responsabilidad terrible que habíamos tenido en la muerte de sus familiares. Aunque yo no maté materialmente a nadie, formé parte de una organización que lo hizo y me sentí igualmente responsable. Muchos de ellos nos respondieron. Algunos dijeron que no nos querían ver, y otros, como la hija de Aldo Moro, aceptó encontrarnos. Fue un momento muy importante de mi vida, del que no hablo, porque es muy privado.

- ¿El perdón ayuda, alivia?

- Da una nueva apertura humana de posibilidades, pero no alivia de las responsabilidades, porque lo que se ha hecho es irremediable. El perdón significa que en la vida se pueden abrir relaciones que se creían inimaginables, y que te dan una gran fuerza para reafirmar el valor de la vida y de la paz.

- Usted fue más allá: vendió su piso para dar el dinero a las víctimas.

- El resarcimiento no puede compensar en absoluto una pérdida, pero yo también me sentía responsable de haber creado un posible problema económico, porque hubo fallos en las indemnizaciones. Esa casa era el único bien que yo poseía, y pensé que estas personas tenían derecho a él. Para no darles el dinero directamente, lo di a Cáritas, que se ocupó de todo.

El valor del diálogo

- Visto desde el País Vasco, parece a años luz. Quizá tienen que pasar muchos años.

- Sí, es un camino muy largo, muy sufrido, de pasos sucesivos, pero deben tener el apoyo de la otra parte. En el aislamiento total se puede tener, no sé, una conversión religiosa, pero yo creo sobre todo en la recuperación del diálogo y el contraste con el otro, con quien piensa de forma distinta, que te ayuda a poner en discusión tus posturas. Para casi todos nosotros fue fundamental. El diálogo no sólo con quien pensaba de forma similar y luego tomó caminos distintos, sino con quien siempre había pensado de forma diametralmente opuesta.

- Parece difícil. Hay un entorno que puede crear un vacío ante un cambio de rumbo.

- Nosotros también pasamos por esto. Es un problema trágico, porque te desarraigas completamente. Muchos compañeros tuvieron reacciones hostiles de su familia, de su ambiente y de un cierto tejido social que los había apoyado. Pero es entonces cuando la otra parte debe dar un paso al frente para dar apoyo y sustituirles o ayudar a cambiar lentamente la posición. Lo necesitas para ir contra tu entorno y renegar de la violencia. Porque es obvio que, emotivamente, un familiar de una persona tiende a sostenerla, pero paradójicamente cuanto mayor es la condena y el rechazo del resto de la sociedad, más se siente esta persona reconfirmada en su propio camino, porque sabe que si le falta su entorno, su familia, no habrá nadie más, estará solo.

- ¿Qué piensa de aquellos compañeros suyos que, 20 años después, aún defienden la violencia?

- Son poquísimos, muchos son jóvenes, no participaron en la primera fase y no han visto la diferencia entre aquel período y el sucesivo, no pueden valorar los cambios que ha habido. Pienso que si la lucha armada en nuestros tiempos era el último residuo de una cultura, la revolución marxista-leninista, y estábamos ya un poco fuera de la historia, ellos están fuera de la historia mucho más que nosotros.

- «No es posible que de una hiena nazca una gacela», otra frase suya.

- No es posible desvincular el fin que se persigue de los medios que se usan. Si los medios no están a la altura, el fin queda reducido a algo vano.

Autor: ÍÑIGO DOMÍNGUEZ - Corresponsal de El Correo en Roma

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============================================== Las mujeres en la guerrilla kurda. El PKK y la mujer kurda

Autor: Paul Schemm

Las montañas Qandil, en pleno Kurdistan pero oficialmente en la frontera entre Irak e Iran, son el refugio del PKK, guerrilla kurda en la que la mujer juega un papel central. «Nosotras abrimos los ojos a la sociedad kurda», señala orgullosa la combatiente Arsehem Kurman.

Cuando una mujer abandona su hogar y toma las armas no estamos ante un hecho anodino. Es una revolución social. Nosotras abrimos los ojos a la sociedad kurda», asegura Arshem Kurman, mujer y guerrillera del PKK.

En una región del mundo donde también prima la sumisión de la mujer, las combatientes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) juegan un papel de primera línea en el movimiento de liberación kurdo, refugiado en las montañas del norte de Irak, cerca de la frontera con Irán.

Históricamente anclado en el marxismo ortodoxo, el PKK, que lucha por la independencia del Kurdistán Norte, mantiene una estructura militar que ha dado lugar a un feminismo guerrillero único. Pero no ha venido del cielo. Ha sido necesaria, y sigue siéndolo a día de hoy, la lucha constante contra los prejuicios de la sociedad, de los que participan muchos de sus camaradas varones, reconocen las guerrilleras.

«Ha sido sobre todo la cuestión del martirio lo que ha dado fuerza a nuestra causa», asegura Arshem Kurman, insistiendo en que han sido las mujeres caídas en combate o que llevaron a cabo atentados suicidas las que han forzado a los hombres de este movimiento armado a tomarlas en serio. «Las mujeres mueren todos los días, así que, cómo no va a calar nuestro mensaje», señala esta respetada instructora guerrillera, que recuerda cómo una kurda se inmoló en los años noventa causando la muerte a medio centenar de soldados de ocupación turcos.

A lo largo de sus años de lucha, el PKK ha llevado a cabo quince atentados suicidas. Once de ellos fueron protagonizados por mujeres.

En el campamento situado en las faldas del Monte Qandil, la mayor parte de los barracones muestran una fotografía de Vian Jaf, que se quemó a lo bonzo en febrero pasado para protestar por la opresión contra los kurdos por parte del Estado turco. Oficialmente, la dirección del movimiento no aprueba actualmente este tipo de acciones individuales.

Arrancar el respeto a los varones y lograr que les traten como iguales tampoco es fácil en las sociedades de Oriente Medio, reconocen las guerrilleras del PKK.

«Una mujer no puede reivindicarse en este contexto. En la sociedad tradicional kurda, sólo los varones tienen el derecho a la palabra. Si el marido no está en casa, es el hijo de más edad el que habla, sea cual sea su edad», asegura Reha Baran.

«En nuestras sociedades retrasadas, las mujeres son confinadas a los márgenes. Nuestro objetivo es resituarlas en el centro de la vida pública», añade.

Reha Baran muestra a un público compuesto por militantes feministas y responsables del PKK, en una escuela improvisada sobre la roca, cómo las mujeres han sido privadas de sus derechos y cómo pueden reconquistarlos.

Ella ha sido encargada por la guerrilla para transmitir estas ideas revolucionarias en sus aldeas y unidades guerrilleras, a fin de que se extiendan poco a poco en la sociedad kurda sin perder el inestimable apoyo por parte de la población.

La vida en el hogar familiar

Para las jóvenes combatientes del movimiento, vivir con el arma en la mano, al lado de sus camaradas masculinos, es mucho más interesante que la vida que les esperaba en sus pueblos y aldeas.

Una decena de entre ellas, con edades comprendidas entre los 15 y los 21 años, beben té contemplando la puesta de sol tras los montes Qandil, coronados por la nieve. Ellas estallan en carcajadas cuando se les pregunta si no hubieran preferido quedarse en sus casas y criar a sus hijos.

«Las mujeres que viven en la familia no tienen derecho a recibir instrucción. Muchas veces, el movimiento ayuda a adolescentes que no se resignan a ese futuro a escapar de casa y unirse a nosotras, particularmente en Irán», explica Rojbin Hajjar, una kurda llegada de Siria.

Hay que recordar que el Kurdistán está repartido en cuatro estados: Turquía, Irak, Siria e Irán.

Pero estas guerrilleras aseguran que su ejemplo va incluso más allá. «No somos tan sólo un modelo para las mujeres de Oriente Medio, sino para las del mundo entero», sentencia Sozdar Serbiliz, mujer y comandante guerrillera del PKK.

http://www.lahaine.org/index.php?blog=3&p=19034



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