::: Dinámicas para tutoría :::
Límites, normas.
Emilio / Lunes 8 de febrero de 2010
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Con frecuencia nos preguntan acerca de cómo actuar educativamente ante situaciones de desobediencia excesiva o reiterada especialmente con niñas y niños de corta edad.

Algunas autoras dicen que hay que poner límites, que las normas son necesarias y que las niñas y niños no se sienten seguros si no se les indica cómo tienen que actuar. ¿Cómo reaccionamos? ¿Nos resulta útil nuestra forma de poner normas?

Aquí cuento algunas de las reflexiones que llevamos a cabo cuando me encargan un taller sobre el tema.

Reflexionamos sobre lo que entendemos por límites y por normas. Dedicamos un buen tiempo a contar nuestras experiencias, cuándo hemos puesto normas, de qué manera, cómo nos ha resultado.

Intentamos recordar situaciones en que nos han puesto normas y límites a nosotras mismas. Cómo nos hemos sentido, cómo hemos reaccionado, qué repercusiones han tenido en nuestra educación. ¿Hemos sentido la necesidad de que nos pongan normas?

Se define el tema de las normas como situaciones en que coartamos la libre opción de otras personas con la perspectiva de que avancen hacia su propia autonomía y responsabilidad.

A la hora de poner normas y límites tendremos en cuenta múltiples interrogantes. ¿Cuándo ponerlas? ¿Quién las pone? ¿Cómo se ponen? ¿Cuánto?

El hecho de poner normas tiene algunos efectos secundarios. Puede producir rechazo. Puede reprimir la curiosidad como motor de aprendizaje. Por eso puede ser conveniente poner límites en el menor número de ocasiones. No debemos olvidar nunca que el objetivo es avanzar hacia la propia autonomía y responsabilidad.

En general, cuanto más pequeña en edad es la persona, más necesidad puede tener de que le indiquemos normas. Las normas pueden ser más necesarias en caso de riesgo de daño físico, en caso de agresiones, de destrucción de material, de falta de responsabilidad.

Cuando se nos presenta una situación extrema, tenemos la tendencia de prohibir pero podemos recordar que siempre es mejor prevenir. Se puede explicar, ofrecer otras alternativas o incluso despistar dirigiendo la atención a otros elementos atractivos.

En caso de poner límites estos deben ser claros, coherentes, adecuados, concretos, que no dependan de nuestro estado de ánimo.

Al tomar una decisión, es más sano intentar un consenso con la niña implicada. Evaluar el suceso y su proceso conjuntamente. Y renovar la dinámica si es necesario.

En casos extremos, se utiliza el castigo. Nos ayudará mucho debatir esto más en el grupo. Es difícil que sea eficaz a largo plazo. El castigo agresivo física o psíquicamente es muy dañino. Cuando ponemos un castigo debiera ser inmediato, proporcional, consensuado y se debe cumplir.

En cualquier caso es importante tener siempre en cuenta las técnicas de regulación de conflictos. Siempre resultarán las situaciones más positivas si potenciamos momentos para conocerse más, mejorar la comunicación, desarrollar la escucha activa, promover estima, la cooperación, la distensión, el contacto físico y la relajación.

Todas estas reflexiones las podemos realizar en un ambiente participativo con técnicas participativas de debate y dramatizando algunas situaciones posibilitando finales diferentes. Algunos situaciones frecuentes se dan al recoger los juguetes, al ver la televisión, al rechazar algunos alimentos, al comer chucherías, a la hora de ir a dormir, en casos de peleas, al cruzar la calle, . . .

El CASTIGO debe quedar fuera como forma de intervención. Cuando castigamos a la niña por una conducta indeseable, estamos provocando sentimientos de vergüenza y de culpa que no contribuyen en nada a fomentar comportamientos de cooperación social. La niña que es castigada no tiene la posibilidad de coordinar sus puntos de vista con el de las otras, ya que se produce un circuito cerrado entre su conducta y la consecuencia punitiva impuesta por la adulta. Si castigamos sin hacer un proceso educativo constructivo, la niña no aprenderá la conducta correcta.

NI UN AZOTE. Castigo físico.

• El castigo físico, por leve que sea, supone siempre un abuso, resulta ineficaz como método educativo e incita a una mayor violencia.

• Las niñas son grandes imitadoras y copian nuestros gestos y actitudes, que dejan en ellas huellas duraderas.

• La cachetada y el culetazo no son un buen cimiento si pretendemos sentar las bases de una personalidad razonadora y dialogante. Ahora bien, si lo que queremos es hacer de nuestras hijas personas destinadas a obedecer por temor y a imponer su voluntad por la fuerza, entonces sí estamos en el camino correcto.

• El castigo físico es una violación de la dignidad de la niña como persona. Disminuye su autoestima y le incita a actitudes y comportamientos violentos. Provoca más tarde comportamientos antisociales. Es absurdo corregir la delincuencia juvenil predicando el regreso a las bofetadas.

• Los golpes pueden liberar la tensión de quien pega, pero no enseñan nada positivo. Sin contar con los posibles daños físicos, el miedo a ser golpeada bloquea la capacidad cerebral.

• Quienes son incapaces de controlar una situación sin recurrir a al fuerza deben revisar a fondo su personalidad. Cuanto más pegamos, más necesitamos hacerlo. Con inteligencia podemos encontrar otros métodos.

• Tenemos que aprender a prevenir situaciones negativas. Cuando una niña está a punto de hacer algo inconveniente, debemos decirlo NO rotundamente y, al mismo tiempo, retirar el objeto a la niña. Cuando se encandilan con un objeto, a veces basta con darles otro para que olviden el primero. Y como su afán es explorar, se entretienen con facilidad.

• No hay que dejar que hagan siempre su voluntad. Pero habremos de intervenir con firmeza, calma y serenidad sin usar la violencia.

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Más información sobre el trabajo educativo en REGULACIÓN DE CONFLICTOS aquí.



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