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LA SONRISA DE LAS GOLONDRINAS
Yolanda jb / Domingo 13 de noviembre de 2005
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LA SONRISA DE LAS GOLONDRINAS

por Josefina Piquet.

Josefina Piquet forma parte de un grupo de mujeres cuya existencia quedó marcada por la guerra civil y que han querido en nuestros días fundar un colectivo ("Les dones del 36") para dar su testimonio vivo de cuanto representó en aquellos años la defensa de los valores de justicia y libertad representados por la II República.

Josefina, con la que tuve el honor de compartir cena en octubre de 2004, nos ha dejado para "AGE-NOTICIAS" esta preciosa carta dedicada, no solo a sus nietos, si no a todos los descendientes de aquellas valiente mujeres atrapadas por la sublevación fascista de Franco y los suyos y que nunca, ni en el exilio ni en su patria, han renunciado nunca a luchar por una causa que entonces, como ahora, han considerado justa.

Carta enviada por: Floren Dimas, Presidente de la Asociación.

Febrero de 2005, 66 Aniversario de la Retirada de Cataluña y del comienzo del Exilio francés.

LA SONRISA DE LAS GOLODRINAS (LA SONRIURE DE LES ONERETES)

Barcelona, 12 de abril de 1997.

Queridos hijos y nietos:

Hoy he visto, desde mi ventana, llegar las primeras golondrinas. Ya sabéis que, cada año, cuando regresan siento una gran alegría y, como en anteriores primaveras, os invito a comer para celebrar todos juntos su llegada.

Esta mañana, cuando os he telefoneado para anunciaros: “acabo de ver las primeras golondrinas”, estoy segura de que habréis sonreído pensando:” ya está otra vez la mamá o la yaya, con “sus cosas”!. “Mis cosas” forman parte de mi vida y esta carta es para explicaros por qué hoy es un día tan especial para mí.

Esta alegría que siento es una alegría que viene de muy lejos. Es la misma que sentía cuando, después del largo y duro invierno, llegaba por fin la primavera a Mayet.

Tenía entonces siete años y vivíamos en Francia, en el exilio, después de nuestra guerra civil. Los inviernos me traían recuerdos muy dolorosos porque, dos años antes, mi madre y yo habíamos cruzado a pié los Pirineos en febrero del 39. Para los refugiados sin recursos, como nosotros, la vida en Francia era muy difícil.

Mayet era un caserío en la Dordogne, con media docena de familias de campesinos, unas plantaciones de tabaco, un riachuelo, un castillo y una casa en ruinas: la nuestra!. Sin agua, sin electricidad. Recuerdo cómo se veía el cielo a través del tejado y, entre las tejas rotas, la silueta de unas ratas enormes, como conejos. Lo peor era por la noche. Las ratas bajaban y teníamos tanto miedo, que mis padres y yo dormíamos juntos, con un garrote al lado de la cama para defendernos.

El colegio más próximo estaba a cuatro kilómetros y los niños de Mayet nos reuníamos muy temprano al pié del castillo para ir juntos al colegio. Recorríamos cada día ocho kilómetros por unos caminos de carro, mal calzados con nuestras “galoches” (botas de cuero con suela de madera). En invierno, cuando llovía ó nevaba, esperaba inútilmente. Los niños no venían y yo tenía que irme sola, muerta de miedo, porque todavía era de noche y había de pasar por delante del cementerio.

Pasaba también mucho frío y como no tenía guantes, mi madre dejaba toda la noche entre las brasas de la chimenea, dos piedras redondas y lisas. Por la mañana, estaban muy calientes y me las envolvía en un papel para ponérmelas en los bolsillos de mi abrigo.

Y otra vez, el hambre. Comíamos en el colegio y yo sólo llevaba un par de patatas hervidas con piel ó unas castañas. Alguna vez, robaba remolachas por el camino. En cambio, los otros niños traían una fiambrera llena de comida. La maestra las ponía al lado de la estufa de la clase y todavía me parece oler aquel aroma que desprendían, sobre todo cuando contenían trozos de pato u oca confitados. Yo no llevaba fiambrera y, al lado de la estufa, sólo estaban mis dos piedras redondas y lisas. Era la pobre refugiada que iba a la escuela con el estómago vacío pero ahora me doy cuenta de que también era la única que tenía las manos calientes. Y otra cosa que solamente yo tenía: unos preciosos tirabuzones rubios y un lacito blanco. ¡Cuánto me quería mi madre, y que pena que yo no me diera cuenta!.

Los niños pueden hacer mucho daño sin querer, ó queriendo. No lo sé. Por ser refugiada, era el objeto de sus burlas a la hora de comer y de su rechazo al salir al patio. Nadie quería jugar conmigo porque decían que pertenecía a una “sale race d’espagnols”. Y me quedaba apoyada en la fuente del patio. Me abrazaba a ella buscando cariño y me sentía la niña más desgraciada del mundo.

No me quedaba ni el consuelo de volver a casa porque mis padres llegaban muy tarde, agotados, y sólo hablaban de lo muy preocupados que estaban por la invasión de los alemanes. La historia se repetía. Habíamos sufrido una guerra y de nuevo, nos habíamos metido en otra. La Segunda Guerra Mundial!. Me sentía muy sola. No sabía expresar mis sentimientos y solo podía formular una pregunta: “mamá, ¿por qué no me quieren los niños?”.

Pero, un día llegaban las golondrinas y todo se llenaba de luz y alegría. Por fín, era otra vez primavera!.

Esto significaba que se iría el invierno y que ya no pasaría tanto frío. Pronto madurarían las primeras frutas y podría robar cerezas al ir a la escuela. No me avergüenza confesaros que, en aquel tiempo, robaba toda la comida que podía porque pasaba mucha hambre.

En primavera, los días serían más largos y no tendría tanto miedo por aquellos caminos. Las golondrinas me anunciaban que, por fín, ya habían llegado los días en que vivir en Mayet no sería tan duro y tan triste. Los campos se llenarían de flores. Podría ir a coger violetas en el pequeño riachuelo. Y un día, faltaría a la escuela. Era mi día. Me parece que no os había dicho que vuestra abuela hacía novillos. No está bien. Pero eran otros tiempos, otras circunstancias y yo, aquel día, me sentía libre, feliz y aprendía un montón de cosas.

Aprendí a descubrir, paso a paso, las maravillas de la primavera. La flor rosa que se convierte en una roja y dulce cereza, los nidos de los pájaros en los arbustos, los campos que se van llenando de “coquelicots” y “boutons d’or”. Recuerdo también, cómo me gustaba tenderme boca abajo en los prados para oler la tierra. La olía y también la sentía. Notaba que, debajo, había vida y la tierra respiraba. Era una sensación extraña. La misma sensación que cuando abrazaba los árboles. Les hablaba, les contaba mis penas y mis alegrías y estoy segura que ellos me comprendían y me consolaban. Percibía toda la actividad de la primavera en el interior de sus troncos.

Cuando vives en el campo y tienes siete años, la primavera es un mundo maravilloso lleno de sorpresas y la vives con admiración y alegría.

Por esto, hoy al ver llegar las primeras golondrinas, vuelven también aquellos recuerdos. Y me siento feliz. Y me alegra comprobar que cincuenta y seis primaveras después y, a pesar de lo dura y triste que fué mi infancia, la vida me ha curtido pero no me ha endurecido y todavía soy capaz, a mis sesenta y tres años, de emocionarme al ver llegar las primeras golondrinas. Qué bonito es hacerse mayor a golpe de primaveras!.

No sé cuantas me quedan todavía por recordar y disfrutar a vuestro lado. Por esto, he querido contaros hoy lo mucho que significan en mi vida estos recuerdos de mi niñez.

Y cuando llegue mi última primavera, no sufráis. Estoy segura de que, de alguna manera y esté donde esté, continuaré celebrando otras primaveras.

Y si algún día, al mirar por la ventana veis una golondrina, quizás os acordareis de que fuí feliz a vuestro lado, de que os quise mucho y quizás, también como hoy, me dedicareis una sonrisa y comprenderéis que para todo el mundo la primavera no significa lo mismo.

Un abrazo!

Con todo mi cariño,

Josefina



Foro

  • LA SONRISA DE LAS GOLONDRINAS
    1ro de abril de 2006, por rakel

    Soy una niña de 16 años, que vive en Barcelona.
    Hace un par de semanas, en mi insituto tubimos el privilegio de tener la visita de Josefina Piquet. Nos explicó todas las experiencias, situaciones en las que ha tenido que vivir,y a pesar de que ya hace años de esos tiempos, demostró guardarles a esos recuerdos cantidad de sentimientos y dolores. Para mí fué todo un honor poder escuchar la vida de una persona que vivió esos años de guerra por la mano de Josefina Piquet.
    Aprovecho también, para darle las gracias. Ya que a pesar de libros, imagenes...nunca podia haber podido sentirme tan cerca y entender tan bien, las personas que desgraciadamente vivieron aquella època.Y felicitar también por la gran perosna que és, una señora con mucha fuerza interior.
    Un saludo,
    Raquel.

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